Lo último que se pierde

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Lo último que se pierde

No es posible minimizar las consecuencias que, en nuestra sociedad, está produciendo esta pandemia provocada por el coronavirus y que nos está llevando en estos casi ya ocho meses, a sufrir miedos, incertidumbres, enfados y, sobre todo, dolor por las vidas que se está llevando y las secuelas de toda índole que va dejando. Pero tenemos esperanzas de superarlo. Más de 200 vacunas se están estudiando en los laboratorios del todo el mundo y antes o después es muy probable que tengamos una solución.

Tenemos también en gran problema de la inmigración en todo el mundo de personas que se ven obligadas a dejar sus hogares huyendo de guerras o hambrunas buscando un futuro que no tienen, encontrándose con sociedades acomodas reticentes a acogerlos por miedo a la pérdida de su identidad o a que la pobreza sea contagiosa (sentimientos, por otro lado, respetables).

Estos y otros graves problemas de la humanidad nos hace desplazar a un segundo plano el que es sin duda, según mi opinión, el más trascendental de todos: La situación en la que se encuentra nuestro medio ambiente y los grandes cambios que se están produciendo causados, casi exclusivamente, por la mano de uno más de los seres vivos que habitan nuestro planeta: la especie humana.

El homo sapiens nunca dejó de evolucionar. Su capacidad de buscar soluciones a los problemas que la naturaleza le planteaba le hizo ir encontrando medios y materiales para hacer que su vida fuera más cómoda. Y, bajo mi punto de vista, esa es la idea clave de la evolución del hombre: “La búsqueda de la comodidad”

Cuando empieza a curtir pieles, habitar cueva, usar el fuego; evita el frío. Cuando trabaja la piedra, idea trampas, cultiva plantas; facilita la alimentación. Cuando busca y encuentra en su entorno soluciones para sus heridas y enfermedades; aprende a sanar. Y hasta aquí, las necesidades verdaderamente básicas quedarán cubiertas y controladas.

Lo siguiente será satisfacer las inquietudes que le vayan surgiendo y que se convertirán en “nuevas necesidades” que, al asumirse como imprescindibles, llevarán a otras nuevas. Y esto es, simplificado, por supuesto, lo que hemos dado en llamar la evolución que sigue con el mismo mecanismo hasta nuestros días.

Me da en comparar (les pido cierta imaginación) este progreso con un coche rudimentario al principio que avanza a una velocidad mínima y así se mantiene durante mucho tiempo. De vez en vez le adaptamos una piececita que mejora sus cualidades y hace que aumente paulatinamente su velocidad. Las modificaciones son constantes pero cada vez se producen en un tiempo cada vez más corto y la pieza es más funcional y el automóvil va elevando su velocidad de forma exponencial. Y aquel “troncomóvil” que se desplazaba rozando los pies por el suelo ahora es un bólido supersónico que estamos dejando de poder dominar por su excesiva velocidad. Y ¿nos podemos imaginar que pasa cuando se rebasa la capacidad de control?: nos estampamos contra la realidad en un accidente mortal.

Y llegados a este punto nos surgen preguntas:

¿Estamos a tiempo para evitar esa colisión definitiva?

¿Podemos modificar nuestro modo de vida, causante, en gran parte, de nuestra situación actual?

Y de hacerlo, lo que lamento dudar, ¿Estamos en ese punto en el que es posible la desaceleración?

Que los políticos a nivel global no están haciendo lo suficiente, es obvio (algunos lideres de los países más poderosos del mundo), y según mi opinión, son los máximos responsables de la situación, al menos por inacción. Pero eso no nos exime de culpabilidad, sobre todo, a los que hemos tenido la suerte de nacer en los países llamados desarrollados..

Y esto nos lleva a otra cuestión:

¿Qué podemos hacer nosotros para revertir esta situación?

Fácil respuesta pero complicada ejecución: CAMBIAR NUESTROS HÁBITOS.

La sociedad de consumo nos ha llevado a convertir los caprichos en necesidades y a crear nuevas necesidades de forma continuada y eso está tan introducido tanto en nuestro modo de vida que, al menos desde mediados del siglo pasado  hemos considerado como normalidad la adquisición de nuevas “cosas imprescindibles”.

Esto, unido al continuo aumento de la población, hace que estemos llevando al límite los recursos y por tanto la viabilidad de nuestra casa común: Nuestro planeta.

Pongamos como ejemplo el uso de las prendas de vestir para darnos cuenta de la magnitud de la velocidad a la que estamos llevando este coche de la evolución.

Aquí van algunos datos:

Las últimas estimaciones nos descubren que se confeccionaron 100.000 millones de prendas de vestir que se han colocado en nuestros cuerpos serrano una media de 10 veces.

Compramos el 80% más de ropa que hace 10 años pero usamos la mitad. 

Europa tira a la basura 6 millones de toneladas de trapitos al año. 

Todo más barato,más rápido, más inútil, más desechable.

Para hacer un pantalón vaquero se necesitan 3.300 litros de agua a los que habría que sumar los 1.500 litros que se usan en lavados durante su corta vida. Este mismo pantalón supone la emisión de 13 kilos de CO2  a la atmósfera y 10 kilos de colorantes y químicos a la tierra más los pesticidas e insecticidas como el activo Blue que tarda en desaparecer 46 años. Un coche desprende en 111Km la cantidad de 33'4 Kgr de carbono. Parece mucho ¿verdad? Pues es la misma cantidad desprendida por la confección de un jeans. ¡Ah! Y si nos gustan con ese efecto desgastado que tanto mola, nos supone la añadidura de ½ kgr de cloro, insisto, para una sola prenda.

¿Saben que en España  se desecha en ropa al año el equivalente en peso a 45.000 coches de gama media?

¿Saben que el 10% que de las emisiones anuales de carbono a la atmósfera proviene de la fabricación de estos “bienes”, todo lo provocado por la suma de los transportes aéreos y marítimos juntos?

¿Saben que la fabricación de poliéster (fibra artificial más usada para confeccionar  ropa) necesita cada año 70 millones de barriles de petróleo que tardarán 200 años en descomponerse?

Sumémosle a lo descrito los no menos nefastos efectos que están produciendo  en la biodiversidad de nuestro planeta la generación de plástico, los hidrocarburos del transporte, la escasez de agua dulce, la tala masiva de bosques, las explotaciones ganaderas, el uso de químicos en la agricultura... 

Si esto sigue así perderemos todo. Al final hasta la esperanza. Es lo último que se pierde

Antonio Rojas Camacho

Lo último que se pierde, Foto 1
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