Carta a un escritor de prestigio

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Carta a un escritor de prestigio

Estimado señor:

Soy una persona de talento. Y estoy siendo objetivo, absolutamente objetivo. Tan verdad como que tengo 35 años y aún recibo la paga semanal.

El talento es una herida en el alma, una catarsis espiritual, una revolución de los sentimientos, una bomba en el corazón en forma de hongo, un estigma del que mana belleza o dolor en vez de sangre.

Estoy sufriendo una subestimación personal e intelectual sin precedentes en la historia universal de l´haute creativité, al menos, entre los pequeños maestros de la France (que el más sublime exegeta elucide esta chanza).

Bah, de todas formas, cada vez queda menos para todo, y cuando no se espera nada de ti —mi caso— nunca decepcionas.

No soy, ni he sido, en absoluto, un espíritu sofisticado, alejado de lo efímero, del murmullo mundano de lejanas provincias (seamos literarios: amemos la belleza) volcado en el Arte por haber comprendido que allí es donde más Espíritu hay —aunque sea verdad—, que allí pululaba zozobrando ese "no sé qué, que queda balbuciendo" (San Juan de la Cruz). Aunque comprendí hace mucho que la política era el Reino de la Tergiversación, la Tumba de la Objetividad, un Manantial de Podredumbre, tal vez por eso me digo, yo podría ser un buen político: lo suficientemente inteligente, lo suficientemente frívolo, lo suficientemente malandrín… Con una ética lamentable o estupendísima, según se mire, que no tendría reparos en poner el cazo si conviniera, llegado el momento… Versado en el arte de la retórica, ese arte canalla por excelencia, ese escaparate sonado, roto, de las trampas de la razón.

Ser una gran inteligencia da igual, como la verdad también da igual. Componer canciones o escribir libros da igual si no obtienes un rendimiento económico o un reconocimiento masivo. Nunca el Arte le ha debido más a las Instituciones, contra las que nació, al menos el Moderno, en cierto modo. Siempre habrá alguien que me recuerde lo holgazán que soy, lo bien que se vive del cuento: "A ver cuándo empiezas a producir, Alberto, a ver cuándo empiezas a producir", me dijo un cazurro. Él ha producido toda su vida; ahora atraviesa un mal momento: se está muriendo, pero él sigue produciendo, sigue produciendo.

Daría igual que escribiese las Elegías de Duino, o que estuviese 18 horas al día calentándome la cabeza para dignificar la epopeya griega, como Joyce; si no consigues una paga mensual, estás haciendo el tonto. Para no ser injusto, he de reiterar que mis padres, previendo que nunca haré nada por mí mismo y conocedores, en parte, de las razones de esta prolongada antiépica, me legarán unas posesiones para subsistir. ¡Aunque tal como está el mercado! ¡Y siendo cinco a repartir! Ya me contará… Espero derogar esa creencia familiar y ser yo el que les proporcione una vejez fastuosa, más tranquila. Aunque lo veo difícil, muy difícil, dificilísimo. Imposible.

Un simpático bonachón quiere que arroje al fuego mis sueños y me establezca como oficinista. ¡En una agencia de viajes! De pasante. ¡Mandando gente a Egipto! Yo, que renuncié a un sueldo de ocho millones de pesetas al año, porque no me lo permitía mi salud, ni me gustaba el trabajo, ahora debo conformarme con 1.000 euros al mes en un infierno idiotizante que me abocaría sin duda al suicidio. Un oficio que odio aún más y en el que creo menos, para colmo. De todas formas, no duraría ni un mes. El mes de prueba. No tengo los mínimos conocimientos necesarios de Informática ni de Economía. No valgo ni para eso. Ni para ganar por mí mismo el Salario Mínimo Interprofesional. Más no me iban a pagar.

Un día, un amigo me dijo:

—Alberto, tú eres una persona de palabras y de problemas. —¡Por los huevos del Centurión! Se equivocaba. Tengo todas las ideas inteligentes en la cabeza: las de la inteligencia en su sentir mundano y las de la inteligencia verdadera. Tengo todas las soluciones para salir de la crisis, al menos de mi crisis. He resuelto la ecuación. Solo necesito que venga como un viento que arrastre mis maluras a algún Reino acostumbrado a la calidez o la paz. El tiempo diluirá mis dolencias; al menos, eso espero.

Mis sueños: triunfar sobre mí mismo. Abandonar de una vez estos laberintos de enfermedades y de errores, de tinieblas y de rosas, de rosas y de cenizas, y convertirme en un referente de simpatía. Dejar translucir el Espíritu amistoso del que estoy poseído —tan alejadas estas líneas de Él— en mi rostro actual de funcionario modelo. Lo ha adivinado: tengo complejo de anodino.

¿Se ha sentido alguna vez como un boxeador grogui contra las cuerdas? A mí me ha sucedido este verano tras la fractura de la muñeca, y el estrés y dolor consiguientes. Entonces comprendes la futilidad de todo lo mundano, su profunda mentira, su apestosa miseria.

Yo de Kafka hubiera quemado por mí mismo mis manuscritos.

Para mí, la posteridad no significa nada. La posteridad es una eternidad postiza, podrida por el tiempo que a la vez es su motor e impulsor. La gloria, un consuelo para los familiares. La posteridad pasará como todos nosotros y quizás antes de lo que pensamos. La historia es una eternidad ilusoria, una ilusión de eternidad.

Para mí quisiera la Eternidad; para mi obra, el altar del olvido… Si Dios quiere, ¡claro!

Mi alma ha viajado por el mundo, por las tierras del Espíritu, por el Reino de la percepción mágica.

Mi alma ha subido al Everest y ha bajado a las Fosas de las Marianas. Ahora anda por ahí, exiliada, tiritando a la intemperie emocional. La pobre…

Cuando subes a una cima espiritual y no saltas al vacío —no "saltas la losa", como hacía Mary Poppins junto al deshollinador y los niños hacia ese otro mundo maravilloso—, si en vez de eso vuelves tranquilamente caminando, la frustración puede ser monumental. Te puedes convertir en un amargado peligroso.

Yo no tengo ni salud ni dinero ni amor. Solo he pillado un pellizco de inteligencia, y no de la buena: la que sirve para el comercio o la manipulación. Mejor me hubiera ido.

Yo he sido un místico subversivo, un místico al que le gustaba retozar. De todas formas, incapaz de despertar la sensualidad de una vaca y con la morbosidad a cuestas, ya me explicará.

Llevo en mi corazón la firma del Espíritu Santo, y lo que digo no son teorías sino verdades agazapadas en el trasfondo de mi persona. Por distintas maluras y fiascos, mi rostro no logra transmitir a su distinguido Huésped.

Las personas como yo, o devienen santas, o locas, o genios, o acaban liándose a tiros, o se amoldan a un suicidio espectacular, o a sentirse confortablemente entumecidas (Pink Floyd) en una suerte de alelamiento mustio.

Si hablo tanto de mi pretendido talento es porque cuando vienes de abajo no basta con ser uno más: tienes que ser el mejor, pues solo siendo el mejor, te sientes uno más.

Arcos y flechas contra rayos y centellas.

Bombas ninguneantes contra cimas creativas.

Creen menos en mis posibilidades que un limpiabotas en hacerse millonario con su trabajo.

Como recoge un desocupado para mí, ser el mejor consiste en llegar a ser lo mejor que tú puedas ser.

Desorden y desconcierto: el camino correcto.

He fracasado en todo lo que he emprendido, en todas mis tentativas. Como escritor, como gigoló, como estudiante, como deportista, como persona… Tal vez, por eso, me digo, me siento más cerca de los desvalidos que de los potentados. Aunque yo quisiera ser un potentado.

Me pasa igual con la aristocracia: hay que abolir la nobleza o hacerme noble a mí.

Una vez, al salir del cine, me encontré a un señor muy inteligente (había fundado en su juventud el colegio mayor más grande de Madrid), que me había dado unas clases de latín un verano especialmente lastimoso. Al poco de estar hablando, le dije: "Soy demasiado inteligente para ser de izquierdas". Mi tutor, de un brinco, dijo: "Sííí", pero proseguí diciendo: "…y demasiado razonable para ser de derechas". El buen hombre, entonces, dijo saltando: "No, no, no, no".

Soy una persona sujeta a todo tipo de limitaciones. Este verano con la muñeca quebrada y unos dolores inaguantables lo he visto claro. Ni un amigo de toda la vida ha venido a visitarme. Solo familiares. En fin….

Para mí la vida no es sagrada, lo sagrado es el Espíritu. Las últimas palabras de Santa Teresita del Niño Jesús fueron: "No muero, entro en la Vida". Hay un verso de Santa Teresa de Ávila o de San Juan de la Cruz —no recuerdo— que dice algo parecido: "Muero porque no muero".

El propio Jesús, ante un tipo que quería posponer su llamada al entierro de su padre, le dijo: "Que los muertos entierren a sus muertos".

Respecto a mi accidente… Yo abominaba los cascos, hasta que uno de ellos me salvó la vida. Cuando me caí, la moto se fue por un lado y yo por otro. Me salió como un huevo en la muñeca. Si yo hubiera visto ese huevo en la muñeca de otra persona seguro que me habría desmayado (como una vez cuando mi amigo Julián Sáez me contó con pelos y señales las ramificaciones del tumor de su padre —que en Dios descanse— en un pub y casi me caigo de espaldas del mareo que me entró. Se me disipó la conciencia, tuve que salir disparado al lavabo alegando diarrea. Estuve casi media hora echándome agua en la cara).

Le debo dos veces la vida a mi padre. Una por engendrarme, otra por haber comprado un casco homologado que, a pesar de no llevarlo ajustado (yo siempre he utilizado el casco para que no me multaran, y algunos estaban hechos serias piltrafas) y puesto que este casco tenía como unos prensores de plástico endurecido, no voló. Gracias, papá.

Se me está haciendo más largo este verano que un credo para un demonio.

Para mí, en algunos casos, una blasfemia puede ser más religiosa que una oración. Verbigracia: si nace del dolor. Ya habló Jesús del buen samaritano —el ateo de buen corazón o sufriente— y del gurú ciego —el creyente de etiqueta—. A veces creo que el catolicismo es un fundamentalismo y si no nos matamos más es porque no hacemos caso a la mayoría de sus normas, como hacen algunos árabes con su religión.

De todos modos, a veces tu espíritu va por un sitio y tú por otro. Como escribió Perse: "Hija mía, mi alma, tenéis costumbres distintas de las nuestras".

Y pensar que mi objetivo en la vida, a pesar de tantas invocaciones al Espíritu, es convertirme en un chuleta despreocupado, en un cabroncete sin demasiados escrúpulos, un Henry Miller veinteañero…

Yo no hubiese llamado "Papá" a Hemingway.

Me gusta que mis amigos sean felices, aunque yo no pueda serlo.

Soy una contradicción elevada a la enésima potencia.

Soy un caos hecho a sí mismo.

Tengo 35 años y aún me estoy buscando.

Yo estoy enamorado de las palabras, no de los puntos y coma.

Yo no soy raro. Los raros son los demás.

Yo no soy un incomprendido, sois vosotros a los que yo no comprendo.

La Humanidad le debe más a Edison que a Kant.

Estoy llamado a hacer algo grande: travestir mis bajezas, mis temblores, en algo puro no exento de encanto.

Estoy llamado a hacer algo grande, aunque solo sea una gigantesca tarta de merengue.

Mi autoridad imperará en el ministerio de mi país, en la conserjería de mi región, en la concejalía de mi núcleo, o en las escaleras de mi comunidad de vecinos.

Las personas muy inteligentes tenemos que ser un poco pillas si no queremos estar siempre jodidas. Si lo sabré yo, con mi inteligencia de andar por casa.

Ideas deshilachadas, cielos chispeantes, espíritus encabritados…

Entre los puntos y comas y esta maldita alma me van a volver loco.

Las mujeres son maravillosas si les gustas, claro; si no, con un solo gesto te pueden hacer trizas. Yo una vez me enamoré de una chica. Tenía una casa muy bonita en el campo. Por supuesto, me mando a la mierda.

¿Quién dice que no existe el progreso? Yo he pasado de la intemperie emocional a estar casado con mi soledad.

A veces pienso que tengo la mano marcada, como si lo que pasase a través de ella, cualquier pensamiento, frase o verso, dejase de tener sentido, de tener valor, por el hecho de haber pasado por mi mano. Aunque corresponda a algún ilustre consagrado. Entonces, si me siento abatido, pienso en Ringo Starr. Qué suerte la suya: millonario sin necesidad de tener talento, ni los problemas que acarrea.

¡Bravo por Ringo Starr!

Entre estar libre o estar preso existe una "rara avis" sociológica que podríamos llamar "haber tenido problemas con la justicia". Con el talento pasa un poco lo mismo. Entre ser "normal" y ser "anormal" están los que tienen algo de talento. De todas formas, el arte, aparte de ser un dique contra la soledad, es un atentado contra la normalidad.

Acabaré esta narración con el título de mi primer libro: Solución: no pensar.

Alberto Martínez Romero

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