Navidad en Santiago el Mayor: un mensaje de paz y esperanza en el corazón de Totana

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La Parroquia de Santiago el Mayor de Totana celebró con solemnidad la misa de Navidad, una eucaristía que estuvo acompañada por los cantos de la Coral de Santiago, contribuyendo a realzar el carácter festivo y espiritual de la misma. Durante la celebración, el coadjutor de la parroquia, Gonzalo Portillo, ofreció una homilía centrada en la figura de Jesucristo como el auténtico mensajero de la paz.

Ante los fieles totaneros, el sacerdote destacó la importancia del día santo de la Natividad, subrayando que la liturgia, los belenes y la belleza con la que se vive la Navidad cobran pleno sentido porque celebramos al Hijo de Dios, enviado por el Padre para traer la verdadera paz al corazón del ser humano.

Jesús, el mensajero de la paz verdadera

Durante la homilía se recordó la profecía del profeta Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la paz!». A partir de este texto, el coadjutor explicó que la paz que trae Jesucristo no es superficial ni pasajera, sino una paz profunda que nace en el corazón, se extiende a la familia y se hace visible en la convivencia humana cuando se acoge al Señor.

Según el predicador, Cristo viene a destruir el egoísmo y la búsqueda constante del propio interés, mostrando en la cruz un amor incondicional que no responde con violencia ni exige nada a cambio. Ese modo de amar —añadió— se convierte en el modelo al que están llamados los cristianos en su relación con los demás.

El misterio del Verbo hecho carne

Reflexionando sobre el prólogo del Evangelio de San Juan, Gonzalo Portillo reconoció que su lenguaje puede resultar complejo, pero afirmó que su mensaje es esencial y claro: el Verbo, que existía antes de la creación, se hizo carne y habitó entre nosotros. Este hecho, señaló, manifiesta que Dios ha querido hacerse uno con la humanidad para acompañarla en sus sufrimientos, soledades y momentos de abandono.

En este sentido, recordó que Jesús experimentó el rechazo desde su nacimiento —al no encontrar sitio en la posada— hasta su muerte fuera de la ciudad, en la cruz. De este modo, afirmó, ninguna soledad humana es ajena a Dios, que ha querido pasar por todas ellas para ofrecer consuelo y esperanza.

El sacerdote advirtió también que el pecado suele presentarse como una solución inmediata al vacío interior, pero termina dejando al hombre aún más solo. Frente a ello, destacó que el abandono confiado en Dios, como hizo Jesús en la Pasión, ofrece un consuelo real en la enfermedad, el sufrimiento y las dificultades de la vida.

Llamados a ser luz en Totana

Otro de los ejes de la homilía fue la llamada a vivir la condición de hijos de Dios, un don recibido no por méritos propios, sino a través del bautismo. El coadjutor recordó que a quienes acogen a Cristo se les concede el poder de ser hijos de Dios, una gracia que transforma la vida y da sentido a la fe.

Desde esa condición, animó a los fieles a ser coherentes y a convertirse en luz en medio del mundo, especialmente en los ámbitos cotidianos como el trabajo, las amistades y la familia. Asimismo, recordó que Dios respeta siempre la libertad humana y no impone su amor, sino que espera ser acogido en el corazón de cada persona.

Gonzalo concluyó con un deseo de que los fieles no se resistan al amor de Dios y, bajo la intercesión de la Virgen María, puedan reflejar esa luz en su vida diaria y en la comunidad.


Clave del mensaje navideño

El mensaje central de la celebración remite al sentido profundo del Evangelio proclamado: la Navidad no se limita al recuerdo de un nacimiento, sino que anuncia que Dios ha entrado en la historia humana. El prólogo de San Juan presenta a Jesucristo como el Verbo eterno, por quien todo fue creado, que se hace carne para iluminar la vida de los hombres incluso en medio del rechazo y la oscuridad.

El texto evangélico distingue entre quienes no acogieron esa luz y quienes sí lo hicieron. A estos últimos se les concede una dignidad nueva: la de ser hijos de Dios, no por esfuerzo propio, sino por gracia. Desde esta perspectiva, la paz cristiana no es ausencia de problemas, sino la certeza de que Dios camina con el ser humano en sus fragilidades, ofreciendo sentido, consuelo y esperanza.

La llamada final que deja la celebración es clara: acoger a Cristo implica dejarse transformar y convertirse, a su vez, en reflejo de esa luz en la vida cotidiana, especialmente en la familia, el trabajo y la comunidad, haciendo visible una fe que se traduce en amor, coherencia y servicio.

Analogía para la reflexión

Aceptar a Jesús en Navidad es como encender una lámpara en una habitación oscura: no elimina los obstáculos con los que podemos tropezar —nuestros problemas o sufrimientos—, pero nos da la claridad necesaria para caminar sin sentirnos perdidos y para guiar a otros que aún avanzan en la penumbra.

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