Con ocasión del Domund, por Jesús Aniorte

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La iglesia católica celebra este domingo la Jornada Mundial de las Misiones ...

Con ocasión del Domund, por Jesús Aniorte

En octubre, cada año, se nos presenta, provocadoramente, el DOMUND: Domingo Mundial de las Misiones. Un día para la reflexión y para la toma de conciencia de la obligación misionera de los cristianos y de la heroica obra de muchos miles de misioneros.

Lo primero es esta noticia confortadora, de ésas que llenan el corazón de un gozo grande: la Iglesia, la comunidad de los que creen en Jesús, avanza. Las persecuciones van jalonando su paso: “La Iglesia se ha convertido nuevamente en la Iglesia de los mártires , ha escrito Juan Pablo II. El año pasado, 2006, fueron asesinados veinte y cuatro misioneros, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares. Y con frecuencia los medios de comunicación hablan de nuevos asesinatos de misioneros. Y las persecuciones no cesan. Pero ellos, allí siguen, sin querer aceptar las posibilidades de regresar a su país que se les dan. Y la razón para quedarse –dicen- es que la gente que atienden es para ellos más importante que su propia vida... Pero estas persecuciones no detienen el avance de la Iglesia, sino que, como siempre, la vigorizan: la fe de muchos se ve fortalecida por el testimonio generoso de los mártires.

Y luego, esta otra noticia entristecedora, de las que aprietan el corazón: la Iglesia avanza demasiado lentamente. Este es el comienzo de la ‘Redemptoris missio’, de Juan Pablo II: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos”. Según las estadísticas, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado el número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia. Dos terceras partes de la humanidad aún no conocen a Cristo ni su mensaje de amor. Una realidad que debe clavarse en todo corazón cristiano, hasta hacerle perder la sonrisa. Como al poeta:

¡Yo no puedo reír!
Me pesa tu tragedia de plomo.
Tragedia de viñedo que da agraces.

De beso negro en olivar oscuro.
Entraste por mi puerta. Te has sentado
Junto al hogar amigo.
Soy feliz por tenerte.
Mas...¡no puedo reír!

........................................................................

Te he escuchado en silencio mucho tiempo:
¡Se te pierden los hombres, mis hermanos!
Y tienes roto el pecho.
Tu sangre no fue avara de entregarse .

La tragedia de Cristo: un Dios-Hombre que, en arranque no igualado de generosidad, da su vida para que todos tengan vida. Y la vida entregada de Cristo que va a perderse sin dar todo el fruto...

Permíteme, Señor, que te interrogue:
¿Por qué a ellos tan poco, y a mí tanto?
..............................................................
Presiento que me das a manos llenas para que corra luego a repartirlo.
¡No lo hice bien, Señor!
Me veo personaje en tu tragedia
¡y hago papel de “malo!”

El poeta se confiesa responsable. ¿Y nosotros? Ningún creyente puede eludir el deber de anunciar a Cristo a todos los pueblos. Juan Pablo II ha escrito: “Quien ha conocido la alegría del encuentro con Cristo no puede tenerla encerrada dentro de sí, debe irradiarla.”

La Iglesia avanza, pero aún son muchos -demasiados- los hombres, hermanos nuestros, a los que aún no ha llegado la noticia gozosa del mensaje liberador de Jesús. Y debería haberles llegado. Tienen derecho. “Todo ser humano tiene derecho a recibir un mensaje que, a lo largo de tantos siglos, ha llevado a tantos hombres y mujeres a vivir de una forma tan distinta, tan bella y tan generosa...”, escribió Javier Gafo.

Estaba tan contento junto a ti
en el hogar amigo de mi casa...
¡Y mis hermanos se perdían fuera!
Señor, aunque te tenga
-¡y en ti lo tengo todo!- ¡yo no puede reír!
                                    (Félix de Landáburu)

El poeta se confiesa responsable. Y ¿nosotros?

Son miles los misioneros, esos hermanos nuestros que, urgidos por esta responsabilidad, lo han dejado todo, y ahí están, en los lugares de más dificultad, de más pobreza, jugándose la vida, con entereza cristiana, gastando la vida para llevar a “los más atribulados y escarnecidos el mensaje de amor de Jesús. Y luchando sin descanso para liberarlos de la muerte y de tantas esclavitudes que los deshumanizan, como lo proclaman los más de cincuenta mil centros asistenciales, escuelas, hospitales, leproserías, etc., en los que atienden a más de cuarenta millones de necesitados. Porque, como dijo Juan Pablo II, “la liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual”.

Domingo del Domund. Buena ocasión para hacernos preguntas: nosotros, a quienes se nos regaló la fe desde niños, y a quienes nos sobran tantas cosas que a otros faltan, ¿nos importa que el mensaje de Cristo y su liberación llegue a todos los hombres? ¿Hemos hecho, para ello, todo lo que hemos podido, o aún queda margen para la generosidad? José Antº Pagola ha escrito: “ Un verdadero creyente es un hombre que sabe irradiar aunque sea de manera modesta y humilde la fe y la esperanza que animan su vida”. Y no nos escudemos tras la excusa de que “yo poco puedo hacer.” Porque, como dice el Papa, “en la viña del Señor hay lugar para todos: nadie es tan pobre como para no tener nada que dar, ni nadie tan rico como para no tener nada que recibir.”

Además, hay misioneros “de vanguardia” –más de cien mil- que son muy importantes. Pero también, “de retaguardia,” que no son menos importantes. ¿Qué podrán hacer los misioneros de allá –los que gastan su vida en países del tercer mundo-, si los de acá –los que disfrutamos de tanto bienestar en este primer mundo-, no metemos la mano en el bolsillo y, generosamente, les echamos una mano, para que puedan continuar su lucha por liberar del hambre y de tantos otras esclavitudes a aquellos hermanos nuestros que carecen de casi todo? Y desde una perspectiva de fe, de teología del cuerpo místico y la comunión de los santos- , los de acá hemos también de orar constantemente por ellos, para que Dios los sostenga en su entrega. Dos patronos tienen las misiones: S. Francisco Javier, que se rompió yendo de acá para allá, para que a todos llegara el mensaje del Evangelio; y Sta. Teresa del Niño Jesús, una religiosa contemplativa, de veinte y cuatro años que, en su convento de clausura, ofreció su vida y oró incansablemente para que ni una sola gota de la Sangre redentora de Cristo se desperdiciara. Javier trabajó en “la vanguardia”; Teresita, en la “retaguardia”. ¿Quién de los dos hizo más por la extensión del Reino de Dios?

La Iglesia avanza. La Iglesia seguirá avanzando. Las dificultades serán superadas por la fuerza del Espíritu, y el Reino del Amor será implantado definitivamente en el orbe entero. Cierto. Pero el Espíritu quiere que tú y yo le echemos una mano. ¿Nos animamos?

Con ocasión del Domund, por Jesús Aniorte, Foto 2
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