Domingo 15º del Tiempo Ordinario (A)

Paso la palabra. Para meditar cada día
Domingo 15º del Tiempo Ordinario (A)
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» (Isaías 55, 10-11).

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto  al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: -«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.  Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.  El que tenga oídos que oiga.  «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no… ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! ( Mateo 13, 1-23)

1.      Hoy la liturgia nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud frente a la Palabra de Dios.  Isaías (1ª lectura) habla de la eficacia de esta Palabra. La compara con la lluvia  que baja del cielo y “no vuelve allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar…, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.” Sin  embargo, Jesús –y los mismos discípulos- observa que la Palabra que él anda esparciendo por todas partes no daba mucho fruto, pues eran pocos los que la acogían y se adherían a él. Con esta parábola Jesús les explica la causa de ese poco fruto: no es la Palabra la que falla, el que falla es el corazón del hombre. Como dice una canción religiosa sobre esta parábola: "No es culpa del sembrador, / ni es culpa de la semilla; / la culpa estaba en el hombre / y en cómo la recibía." Sin “tierra apropiada” que la acoja  nada es capaz de hacer la semilla. ¿Nosotros cómo la acogemos?  Si hacemos balance del fruto que ha dado la Palabra en nosotros a través de los años, ¿podemos ser optimistas o pesimistas?

2.      Jesús habla de distintas clases de tierra: hay semilla que cae en el terreno duro del camino, y es comida pronto por las aves;  hay también semilla que cae en terreno pedregoso y, como no tiene suficiente tierra para enraizar, apenas brotada se seca;  y hay semilla que cae entre zarzas que crecen y la ahogan. Ninguna de estas semillas da fruto… Las distintas clases de terreno reflejan las distintas disposiciones con que el corazón humano acoge la Palabra de Dios. Así, está el corazón “camino-duro”, en el que la Palabra ni siquiera penetra, porque ni se le preste atención, y desaparece sin dejar huella. Está también el corazón “pedregal”, superficial, incapaz de tomar en serio nada, ni perseverar; ante la Palabra se entusiasma fácilmente, pero su entusiasmo es sólo una llamarada que se apaga enseguida. Y está el corazón “zarzal”,  tan lleno de preocupaciones e intereses materiales que ahogan la Palabra e impiden que dé fruto: tiene tantas cosas tiene que hacer que no tiene tiempo para reflexionar, “rumiar” y cultivar la Palabra. Yo, Señor, me descubro en todos estos terrenos, de alguna manera. Por eso, ¡tantas veces tu Palabra ha quedado sin dar fruto en mí! Perdóname.

3.      Finalmente, Jesús habla de semilla que cae en tierra buena, tierra mollar y bien labrada. Aquí la semilla sí da fruto;  más o menos, pero da fruto: “unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta”. Con ello decía Jesús a los discípulos -y nos dice a nosotros-:  no tengáis miedo, la siembra de la Palabra no termina en fracaso total. Siempre habrá buena tierra que acoja la semilla. Ahora, S. Juan Crisóstomo en una de sus homilías pregunta: “La tierra es buena, el sembrador es el mismo, y las semillas las mismas; sin embargo ¿por qué una dio ciento, otra sesenta y otra treinta?  Porque, aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis que no tiene la culpa el sembrador, ni la tiene la semilla, sino la tierra que la recibe.” Menos justificar, pues,  nuestra falta de compromiso y de entrega echando la culpa a mil causas, como a veces hacemos algunos. La culpa sólo está en nosotros mismos, en si acogemos con buena disposición o no la Palabra. Señor, hazme ver qué cosas impiden que tu Palabra dé fruto en mí. Cambia mi corazón. Que sea tierra buena, como lo han sido tantos cristianos. Y de manera sobresaliente, lo fue  María, la mejor tierra que acogió la Palabra y la que mejor fruto dio: Jesús.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

13/07/2014


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