14 de septiembre – La exaltación de la Santa Cruz

Paso la palabra. Para meditar cada día
14 de septiembre – La exaltación de la Santa Cruz
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Juan 3,13-17).

1.      A Nicodemo le dice Jesús, que él, el Hijo del Hombre, el Mesías de Dios, “el que bajó del cielo”, el único, pues,  que puede traer la salvación, tiene que ser elevado,  “para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” Para eso ha venido: para salvarnos, para que lleguemos a ser hijos de Dios. Ello le costará recorrer un camino de dolor hasta la cruz, en la que morirá, consumando así su entrega. Y porque se entregó hasta la muerte en cruz,  Dios lo exaltó. Juan Pablo II nos animaba a los cristianos: «No tengáis miedo a la Cruz de Cristo. La Cruz es el árbol de la vida. Es la fuente de toda alegría y de toda paz. Fue el único modo por el que Jesús alcanzó la resurrección y el triunfo. Es el único modo por el que nosotros participamos en su vida, ahora y para siempre»  Señor, ¡qué infinito amor, el tuyo! ¡Qué infinita generosidad! Dar la vida para  abrirnos las puertas de la casa del Padre. Que en los momentos de desaliento, te mire en la cruz… Porque, ¡qué soportable se hace todo, cuando mirando la cruz, pienso por qué está levantada en medio del mundo, y tú clavado en ella!

2.      Escribe José Antonio Pagola: “Cuando un creyente mira al Crucificado y penetra con los ojos de la fe en el misterio que se encierra en la Cruz, sólo descubre amor inmenso, ternura insondable de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. Lo dice el evangelio de Juan de manera admirable: ´Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que todo el crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna´. La Cruz nos revela el amor increíble de Dios. Ya nada ni nadie nos podrán separar de él.” Así de inmenso ha sido el amor de Dios a los hombres. Así de valiosos somos para Dios. ¡Qué consoladora revelación la de san Juan: Dios nos ama a cada uno de nosotros, y, porque nos ama, nos salva! Al escuchar esto, ¿no se rompen todas nuestras imágenes de un Dios juez severo que observa minuciosamente nuestros pecados para condenarnos? El Dios que se nos ha revelado en Jesús no es el Dios del temor, sino el Dios del amor; no es el Dios que ha venido a condenar, sino a salvar: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

3.        ¡La cruz, la que tanto nos asusta, la que Jesús abrazó amorosamente, y por la que nos vino la salvación! Y no porque Jesús amara el sufrimiento por el sufrimiento, sino porque era la manera de romper todos los sufrimientos del hombre. A la cruz le llevó su estilo de vida de amor, de entrega y acogimiento de todos –buenos y pecadores-, tan contrario al de los dirigentes religiosos judíos, y que tanto les molestaba. El dijo: “El que quiera seguirme que carga con su cruz cada día y se venga conmigo.” Y cargar con la  cruz es , como él, abrazado a la voluntad de Dios, y amando y entregándose a todos sin reserva,  y acogiendo y perdonando y haciendo el bien incluso a los enemigos. ¿Cargo cada día con la cruz del seguimiento de Cristo? ¿Acepto las renuncias y sacrificios que conlleva vivir cristianamente, o rehúyo todo lo que me cuesta? Señor, que cuando me canse o me dé miedo la renuncia, te mire a ti ahí, clavado, y recuerde aquello del viejo himno latino del Adeste, fideles: “Sic nos amantem, quis non redamaret?”, que traducido dice: “Al que así nos ha amado, ¿quién no le amará?”

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

14/09/2011


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