Domingo 6º de Pascua A

Paso la palabra. Para meditar cada día
Domingo 6º de Pascua A
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo… (Pedro 3, 15-16).

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»  (Juan 14, 15-21).

1.      En el evangelio Jesús anuncia a los suyos que se va ausentar, pero, a la vez,  les dice  que no los va a desamparar: "No os dejaré huérfanos, volveré." El huérfano era –y aún lo es bastante-  el prototipo del desamparo: sin padres ¿quién cuidará de él, quién lo defenderá? Con su vuelta al Padre,  Jesús no dejará a los suyos desamparados e indefensos, a merced de los poderosos y dominadores injustos. Sólo abre un paréntesis que cerrará el mismo Señor cuando vuelva para completar su obra de salvación, consumando el Reino, al final de los tiempos. Mientras tanto, Jesús seguirá actuando, proclamando su Mensaje y salvando, pero por medio de su comunidad, de la Iglesia. Gracias, Señor, por tu amor: no sólo nos has llamado para ser amigos y discípulos tuyos, sino que nos has confiado la tarea hermosa de continuar tu obra como miembros de tu comunidad. Que nos entreguemos generosamente, Señor, a cumplir  tu encargo.

2.      Los cristianos, durante el tiempo de su ausencia, estamos llamados a vivir de la fe, de la esperanza y del amor. De la fe: Nosotros no hemos visto al Señor, pero creemos en él; somos los dichosos que, sin haber visto, hemos creído, como dijo el Señor a Tomás: “Dichosos los que crean sin haber visto.” Y de la esperanza: Nosotros esperamos, –con confianza firme- que el Señor cumplirá su promesa: “volveré.” Y, porque esperamos, en el entretanto hemos de trabajar ilusionadamente para hacer avanzar el Reino que Jesús inició. No siempre veremos los resultados, pero la promesa de que el Señor vendrá a completar su obra siempre mantendrá nuestras manos activas. Y del amor de Dios, que nos empuja a amar y a servir y a entregarnos a nuestros hermanos los hombres, porque el verdadero discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y muestra que lo ama viviendo los valores que Jesús vivió y obrando como él obró: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. No es tarea fácil. Los obstáculos son muchos, y nosotros somos débiles. Por el Señor ora por nosotros: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Sí, Señor Jesús, ruega al Padre que nos envíe al Defensor, que nos defienda en nuestra debilidad,  el Espíritu de la verdad, que nos oriente y guíe, porque a veces  la duda y el desconcierto  acechen.        

3.      Será, pues, el Espíritu el que llenará el vacío de la ausencia del Señor. El es la fuerza de Dios que lucha con nosotros para vencer el mal, y la Vida  que nos hace vivir la vida nueva del Resucitado, y nos certifica en el corazón que Jesús es el Señor de quien podemos fiarnos, y planta el amor en nuestros corazones, para que podamos amar, acoger, entregarnos, servir, como lo hizo Jesús. Y, finalmente, es el Espíritu el que nos mueve a “dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia...", como nos aconseja san Pedro. Con mansedumbre, porque no se trata de presumir, orgullosos, de ser mejores que los demás, sino de reconocer, agradecidos, lo que ha hecho Dios en nosotros. ¿Quién podrá presumir y juzga y condenar a los demás, Señor? Hemos sido elegidos por ti, pero sin haberlo ganado. Todo ha sido don gratuito tuyo. Si en nosotros aparecen  tus obras de amor, de entrega, de perdón, de solidaridad, de comprensión, de paciencia..., no es porque seamos fuertes, sino porque tu Espíritu nos hace fuertes. Gracias, Señor.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

29/05/2011


  • Artículos de "Al hilo de la vida y de mis reflexiones"
  •