Sábado Santo

Paso la palabra. Para meditar cada día
Sábado Santo
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

Después de esto, José de Arimatea se presentó a Pilato. Era discípulo de Jesús, pero no lo decía por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el cuerpo de Jesús y Pilato se la concedió. Fue y retiró el cuerpo. También fue Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús, llevando unas cien libras de mirra perfumada y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos. En el lugar donde había sido crucificado Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie todavía había sido enterrado. Como el sepulcro estaba muy cerca y debían respetar el Día de la Preparación de los judíos, enterraron allí a Jesús. (Juan 19:38-42)

1. Sábado santo. Silencio. Luto. Hasta la liturgia calla. Cristo ha muerto. Está en el sepulcro. Día del gran ocultamiento de Dios. En nuestro caminar cristiano, en el camino de la fe, ¿no nos parece a veces que se nos oculta Dios, que está dormido, como, cuando en medio de la tempestad, dormía en la barca de Pedro? Los discípulos gritaron entonces: “Sálvanos”. Y él estaba allí. Y despertó, y dominó la tempestad. Porque él siempre está. Siempre despierta.  Duerma en la barca o... ¡duerma en el sepulcro! Pero quiere y espera que gritemos: ¡Sálvanos! Si, en los momentos oscuros, lo gritáramos -y de corazón- , ¿se haría tan larga la noche? ¿No hemos experimentado que, cuando hemos gritado a Dios, se ha hecho pronto la luz?

2. Y sábado de la soledad de la Madre. María de la Soledad.  Mirémosla hoy. Acompañémosla. Pidámosle que nos hable de su Hijo, y hablémosle nosotros de él. Del Hijo al que han matado, del Hijo crucificado por los pecados del hombre: de ti y de mí. Nos contará que la crucifixión ha sido el acto final de una larga pasión que comenzó cuando presentó a su Hijo en el templo, y lo consagró a Dios. Simeón ya se lo dijo: “Este niño está puesto como signo de contradicción, y a ti una espada te traspasará el alma.” Y después fue la huída a Egipto, porque Herodes quería matar al Niño. Y más tarde, no entender muchos de los acontecimientos y palabras de su Hijo. Y ella todo lo guardaba en su corazón, meditándolo, esperando la luz. Y cuando el Hijo empezó a predicar, la oposición de los enemigos se hizo cada vez más densa. Y el cerco de los escribas y fariseos se fue estrechando. Y después, la traición de Judas, la prisión, las acusaciones falsas. Y, finalmente,  la condena, la muerte…, y acoger en su regazo y abrazar al Hijo que tanto quería,  muerto, destrozado…  ¡Y ahora, sola!

3. No, Madre, sola no. En esta hora nosotros queremos estar contigo. Tú eres el regalo que, que en el momento último, nos hizo Jesús. Aún escuchamos su voz angustiada,  aún resuena en nuestros oídos su encargo: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!… ¡Ahí tienes a tu Madre!” Virgen de la Soledad, Madre: somos tus hijos. Los hijos del dolor del Calvario. También nosotros nos sentimos huérfanos de Jesús. Hoy contigo miramos el sepulcro y contigo esperamos. ¡No es posible que el sepulcro pueda retener dentro tanto amor derramado sobre el mundo, tanta misericordia, tanta vida entregada…! No. La losa que lo cierra tiene que explotar. El “grano de trigo” sembrado ha de reventar en Vida nueva. Por eso,  Madre, nosotros esperamos contigo. ¡Y no seremos defraudados!

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

23/04/2011


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