Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (A)

Paso la palabra. Para meditar cada día
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (A)
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:- «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: - «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo:- «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.» (Juan 6,51-589.

1.      Ser cristiano es vivir la vida de Cristo. El bautismo nos injerta en Cristo, nos hace miembros del cuerpo de Cristo. Cristo vive en cada bautizado. Y esta vida, si queremos que sea vigorosa y fuerte, hemos de alimentarla. Lo dice Jesús en el evangelio de la fiesta de hoy: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.” Cada domingo los cristianos nos reunimos en torno a la mesa del Señor para  comer ese pan y beber ese cáliz que son el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y lo comemos para unirnos a él y fortalecer su vida en nosotros: es la dimensión vertical de la Eucaristía, nos une a Cristo. Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor, preguntémonos: ¿Cómo son nuestras Eucaristías? ¿Por qué la vida cristiana de muchos es tan enclenque? ¿No será que no la alimentamos o que la alimentamos mal? ¡Cuánta rutina sobra en nuestras Eucaristías, Señor! Y así, ¿cómo puede crecer tu vida y tu amor en nosotros?

2.      La Eucaristía es también alimento que nos une. En cada Eucaristía todos comemos el mismo pan, que es el Cuerpo del Señor; todos nos hacemos una misma cosa  en él: es la dimensión horizontal de la Eucaristía: crea la unidad. Dice san Pablo: “El Cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (1 Cor.10, 16-17.)  Pero ¿manifestamos esa unidad en nuestra vida de cada día? … ¡Qué absurdo, Señor, celebrar la Eucaristía y comulgar el mismo pan y el mismo cáliz, y después continuar caminando cada uno por nuestro camino, encerrados en nosotros mismos y en nuestras divisiones e insolidaridad, como si los demás no tuvieran nada que ver con nosotros. Señor, que tu Eucaristía nos cambie. Que nuestros egoísmos y divisiones se rompan cada vez más al celebrarla.

3.      La vida Cristo fue una vida entregada. Participar de su vida es, por tanto, vivir la nuestra también como entrega. Y signo de la entrega de Cristo hasta dejarse romper en la cruz es la Eucaristía. La Eucaristía significa y exige la entrega, es una invitación a compartir. Con razón la Iglesia une a esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo el “Día de la Caridad”. En la Eucaristía celebramos y aprendemos el sentido de la vida, que es darla por amor; por eso no hay Eucaristía verdadera donde no hay entrega a los hermanos, donde no se comparte lo que se tiene con los más necesitados. San Cipriano preguntaba: “¿Crees que celebras el sacrificio del Señor, tú que no miras para nada la caja de las limosnas, que vienes a la celebración dominical sin ofrenda, que tomas parte de la ofrenda que trae el pobre?” ¿Qué sentido tiene celebrar la vida que se entrega, que se parte y se reparte a todos, y después vivir egoístamente,  aferrado cada uno a lo “mío”? ¡Qué enorme contrasentido, Señor, compartir el Pan del cielo y no querer compartir el pan de la tierra; compartir tu Cuerpo y tu Sangre, que son entregados a todos por igual, y continuar sin entregarnos nosotros ni entregar  y compartir lo nuestro! Señor, líbranos de  esta contradicción.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

22/06/2014


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