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de Totana.com por Ginés Rosa 
El patio
 
Ginés Rosa El rey y los obispos

La Conferencia Episcopal Española, o sea, el gremio de monseñores con mando en plaza, vamos, en sedes episcopalis, está atravesando un periodo romántico con añoranzas del pasado, porque el presente monárquico no les hace mucha gracia, y el futuro vaya usted a saber si tendremos rey o si abdicará con tal de que no le den la tabarra sus eminencias reverendísimas y asalariados radiofónicos. O, mismamente, a los españoles nos da por ir metiendo la cabeza en eso que llaman Estado Federal, de lo que España ya tuvo experiencias en 1873 con la República Federal de Pi y Margall, pero que aquí levanta grandes polvaredas, hogueras inquisitoriales, serenatas con el Cara al sol, con la camisa ya sin remiendos, brazo en alto y prietas las filas recias, marciales y apolcalipsys now de los políticos especialistas en estas escatologías, que aquí tenemos personal que siempre hace podium en tan carpetovetónicas disciplinas.

Nuestros obispos, poco consentidores de que el poder político meta las narices en la sopa de sus eminencias, no tiene el más mínimo inconveniente en salir al paso cuando se les espeta sobre cuestiones temporales, hasta para pedir el voto sin remilgos ni vergüenzas. Tanto y hasta el punto que la patronal episcopal anda siempre a la gresca con este gobierno de rojetes, pase lo que pase, y mantiene en activo todos los días desde bien temprano a uno de los mayores esperpentos nacionales, con permiso de don Ramón María del Valle Inclán, que, en versión radiofónica, incita a la ciudadanía a base de radio-basura financiada, consentida, coreada y aplaudida por los señores obispos.

La última pataleta del sicario episcopal con la alcachofa de frecuencia modulada tiene como argumento central pedir la abdicación del rey Juan Carlos I, y es que al susodicho le hierve la sangre democrática y la libertad a la información, mientras el jefe de la tropa episcopal, ante la quema de retratos del monarca, pide en público rezar por Su Majestad, mientras esa emisora que, según el magisterio de la santa Iglesia católica, apostólica y española, sólo busca irradiar -nunca mejor dicho- los valores cristianos y universales (aparte de los ingresos por publicidad para sanear las dolientes economías episcopales), deja todas las mañanas en evidencia a los jefes de la Conferencia y al conjunto de la Iglesia española por tolerar semejante disparate del más burdo estilo.

Y, encima, éramos poco y parió la abuela, viene la señora presidenta de la Comunidad de Madrid, otra perla de la derecha, y le suelta al rey, con cuchillo y tenedor de por medio, que al bufón mañanero habría que tratarlo mejor. ¡Menudo morro, la señora presidenta! Claro que, conociéndola, escuchándola, viéndola, no nos extraña que sea tan desconsiderada con el rey, precisamente la persona objeto de los ataques cada mañanita y puntualmente por parte del personaje de la que solicita mejor trato a S.M. En estos tiempos cuesta mucho esfuerzo pensar que estas cosas suceden en España.

Pero los vientos andan revueltos. Ahora acabo de escuchar que el gobierno -¡otra vez los rojetes!- se está pensando proponer en el próximo programa electoral del partido poner punto y final al Concordato España-Santa Sede, firmado en agosto de 1953, que concedía a la Iglesia española un montón de privilegios, en aquel año en que Franco permitió la entrada de la coca-cola en España, Di Stéfano fichó por el Real Madrid, empezó a importarse tabaco rubio de Estados Unidos y se acabó el racionamiento del pan, o sea, el fin de aislamiento. Acuérdense de lo que les digo: el asunto del Concordato devolverá los viejos fantasmas que muchos se empeñan en tener guardados en los armarios para, cuando conviene, sacarlos, darles un paseo, quitarles el olor a alcanfor y asustar a los confiados ciudadanos.

Ya es hora de que el Episcopado español deje de seguir creyendo que España es un corral de la Iglesia y que pueden mojar el pan en todas las salsas. Aquí todos avanzamos y nos vamos renovando y adaptando como podemos a lo que nos va llegando, y siempre, como decía una vecina de mi pueblo, dando gracias a Dios. Pues eso es lo que deberían hacer los obispos: darle gracias a Dios por adaptarse a los nuevos tiempos y dejarse de jugar a pedir por boca de ganso la abdicación del rey, que ese no es su negocio .

Ginés Rosa


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