Jesús Aniorte

Al hilo de la vida y de mis reflexiones

De los ricos y sus riquezas

En un programa de radio en el que se hablaba de las vacaciones de alguna gente, he escuchado cómo gastan su dinero algunos ricos del mundo. Eran escalofriantes las cantidades que algunos gastaban en caprichos vacacionales. Recuerdos algunas: unas vacaciones de 3 días en el espacio, por el precio de 4 millones de dólares, vivir y viajar en el yate más grande del mundo, en el que cada apartamento cuesta no menos de 3.5 millones de dólares, o en otro "yatecito" con la grifería de oro, cuyo mantenimiento cuesta unos 80.000 euros al día, o en el lujoso hotel de Sri Lanka que entre sus ofertas está el postre más caro del mundo: una delicia de frutas, pan de oro y champán por 14.500 dólares. Y algunas otras "bagatelas" así. Y esto en los tiempos que corren, no sólo en España, sino en el mundo. Fue entonces cuando recordé el sermón aquel y aquella conversación con mi amigo.

La cosa fue así. Mi amigo, venido de fuera, me pidió que le acompañara a visitar la iglesia de Santiago Apóstol, de Orihuela, de cuya preciosa fachada principal, de estilo gótico isabelino, recordaba una foto que había visto -cuando estudiante- en un libro de arte. Era domingo. Cuando llegamos, estaban celebrando la misa. El sacerdote predicaba. Nos sentamos a escuchar… y a esperar.

Decía el predicador que, según el evangelio, a los ricos les iba ser muy difícil entrar en el reino de los cielos. "Más difícil que a un camello pasar por el ojo de una aguja. Suena duro -dijo-, pero lo dice el evangelio. Fue cuando aquel joven, muy decidido él, muy con ganas de ser bueno, se le acercó para decirle que él quería salvarse, que qué tenía que hacer. Jesús le recitó de carrerilla los mandamientos. El muchacho respiró hondo, y dijo: "Eso lo he cumplido desde niño." Y entonces Jesús añadió: "Bueno, te falta una cosa: ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y te vienes después y me sigues." Aquello fue como un golpe bajo al orgullo de aquel joven y a su autosatisfacción. Porque resultaba que no era tan bueno, que le faltaba algo. Y ese algo era demasiado para él. Tanto que, cuando escuchó lo que Jesús le pedía, sintió que la tristeza se le metía en el corazón, agachó la cabeza... y se marchó. El evangelista dice que "porque era muy rico." Y fue entonces cuando dijo Jesús: "¡Qué difícil va ser que un rico entre en el reino de los cielos!"

"Duro, ¿verdad? -preguntó el predicador-. Pero nosotros, tranquilos. Ni vosotros ni yo somos ricos. Nosotros tenemos para ir tirando, para "defendernos", pero ¿ricos...? Aunque... ¿en verdad no somos ricos? No nos engañemos, amigos. Algunos ricos se defienden contra este evangelio diciendo que ellos son "pobres de espíritu", que no están apegados a la riqueza. Y yo me pregunto: entonces ¿por qué tienen tánto? Si no están apegados..., ¿por qué no comparten más con los pobres? Con la de necesitados que hay en el mundo..."

Y continuó: "Y no es que diga yo que le riqueza sea mala en sí. Lo malo es que la riqueza endurece el corazón y lo hace insensible a las necesidades de los demás. Dice Benedicto XVI: "El dinero no es que sea "deshonesto" en sí mismo, pero más que cualquier otra cosa puede cerrar al hombre en un ciego egoísmo." Al rico difícilmente se le ocurre pensar en los demás y en compartir. Y cuando se le ocurre o se ve forzado a hacerlo, ¡con qué mezquindad lo hace! El gasto en una juerga no le parece mucho nunca; pero un donativo para cualquier ONG pronto le parece suficiente y hasta demasiado. Y es que, como dice Schopenhauer, la riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da. Por eso el rico nunca tiene bastante y sólo le importa acaparar, que es precisamente, como dice Joaquín Araujo, "lo único que sobra en este mundo donde tanto falta". Al rico no le ocurre lo que a Tagore, que decía de sí: "Llevo dentro de mí mismo un peso agobiante: el peso de las riquezas que no he dado a los demás". A muchos ricos -creo- que lo que les "pesa" es... lo que han dado o compartido."

Hizo un breve silencio, y prosiguió el predicador: "Pero nosotros no somos ricos. Nuestras cuentas corrientes están escuálidas, y grandes fincas no tenemos... No, no somos ricos... Pero ¿no deseamos serlo?, ¿no lo ambicionamos? Los ricos dicen que son "pobres de espíritu"... Y nosotros ¿no somos "ricos de espíritu"? Tenemos poco; pero ¡cómo anhelamos tener, cómo envidiamos a los que tienen, y qué apegados estamos a lo poco que tenemos!... Por eso, lo de Jesús sobre los ricos nos toca de lleno."

Cuando terminó la prédica y la misa, visitamos -como deseaba mi amigo- la preciosa iglesia de Santiago Apóstol. Ya en casa, mi amigo comentó: "¡Ha estado duro el cura en el sermón!... Aunque, la verdad, yo no termino de entender la ojeriza del evangelio contra los ricos y la riqueza."

Sobre la mesa había un libro que estaba releyendo aquellos días. Lo abrí y dije: Escucha esto: "Lo que Cristo echa en cara al dinero es que divide a los hombres. Un hombre apegado al dinero destroza la obra de Dios: la comunidad humana. Además, viola los dos grandes mandamientos de Dios: no reconoce a Dios como Padre ni al hombre como hermano"... Pasé una página y continué leyendo: "¡Feliz el pobre! Sólo el pobre conoce a Dios... El pobre es feliz porque está en la realidad de las cosas, porque ve claro, con lucidez: sabe que Dios le ama y que tiene necesidad de Dios, que vive de Dios, que vive de la caridad, del amor de Dios. El rico es un necio, un insensato, uno que sólo se apoya en sí mismo." (L. Evely).

Y León Bloy escribió: "Todo rico que no se considere como intendente y guardador del pobre, es el más infame de los ladrones y el más cobarde de los fratricidas. Tal es el espíritu del cristianismo y la letra misma del Evangelio. Los ricos están hechos para distribuir su riqueza a los indigentes, y el mayor servicio que se puede hacer a sus miserables almas es determinarlos a cumplir su deber de intendentes del Dios de bondad."

Miré a mi amigo y pregunté: ¿Por qué hay tanto empobrecido, que pasa necesidad? ¿No es porque hay demasiados enriquecidos, indiferentes ante el drama del hambre y de demás necesidades de los hombres, y que sólo se preocupan de almacenar? ¡Qué bien le cuadra a muchos lo que san Basilio decía a los ricos de su tiempo: "Al hambriento pertenece el pan que tú retienes; al hombre desnudo el manto que tú guardas, celoso, en tus arcas." ¿Qué tal si a los hambrientos y necesitados les diéramos lo que -según san Basilio- les pertenece?


Artículos:
  • LO QUE PRETENDO CON ESTA SECCIÓN
  • De los ricos y sus riquezas
  • Hoy, ¡Feliz día!... Y mañana ¿qué?
  • Con ocasión del Domund
  • Valorar, gozar y agradecer lo que tenemos
  • Para educar a los hijos ¿la buena voluntad basta?
  • Dar, ese verbo que nos cuesta tanto 'conjugar'
  • Y sin embargo, aceptarse y seguir en la brecha
  • La bondad hará progresar el mundo
  • Rincón
  • A amar se aprende, hay que enseñarlo
  • Eso de la educación (II)
  • Eso de la educación (I)
  • Un camino para una vida en paz y feliz
  • Toda la culpa es de esta cabeza
  • Servir, cosa de fuertes
  • La parábola de las rosas
  • Vivir cara al futuro
  • La Resurrección, una llamada al compromiso
  • Otra vez la autoridad
  • "Sacar adelante" a los hijos
  • Catalina, la del corazón que supo amar
  • Todos los días pueden ser Navidad
  • Talento sin voluntad ¿a dónde llegará?
  • Amenazados... de Vida
  • Y de la autoridad ¿qué?
  • El divorcio y los hijos
  • Los hijos necesitan tiempo (2)
  • Los hijos necesitan tiempo
  • A la curación por la entrega
  • Ahora hablaré de mí
  • Los padres y el sentido a la vida
  • ¿Hombres de carácter o juguetes de los caprichos?
  • Amar a los hijos no es transigir en todo y no negarles nada
  • Refranes. Bien está lo que bien acaba
  • Refranes. LA MUJER EN LOS REFRANES
  • Refranes. Ya estamos en Invierno
  • Refranes. La Primavera, la sangre altera
  • Refranes. Año de higos, año de amigos
  • Refranes. Otoño entrante, barriga tirante

  • Paso la palabra. Para meditar cada día
    Para contactar con Jesús Aniorte mandar un email a aniorte@totana.com
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