Jesús Aniorte

Al hilo de la vida y de mis reflexiones

Para educar a los hijos ¿la buena voluntad basta?

Cuando hablo a los padres, les repito con frecuencia: No perdáis nunca de vista que vuestros hijos os miran y os escuchan. Y mirándoos y escuchándoos aprenden qué tienen que pensar de sí mismos y de los demás y, por consiguiente, cómo tienen que verse a sí mismos y a los demás y cómo deben comportarse en la vida. Una madre me decía: "No me explico cómo mi hija mayor es tan tímida". Efectivamente, lo era. Y mucho. Y observando cómo trataba a otra hija menor, le dije: "Ésta también será muy tímida". "- ¿Por qué?" -preguntó extrañada. -"Porque usted le está enseñando a ser tímida e insegura con todo lo que le dice y con su modo de comportarse con ella: usted no le deja moverse apenas, y, cuando ella dice o hace algo, le echa cada mirada que la paraliza. ¿Y espera que después sea una niña espontánea y desinhibida?" Cada expresión y cada actitud -de aprobación o descalificadora- de los padres sobre los hijos son mensajes de aliento o desaliento que el niño recibe y que se van grabando en el indefenso cerebro de los niños. Y ellos -inconscientemente- sacan las consecuencias: "Si mi padre o mi madre dice que no valgo, es que no valgo; si dice que soy torpe, es que soy torpe", etc. Y estos mensajes continuarán resonando en su cerebro -incluso cuando sean mayores- cada vez que se encuentren ante una circunstancia parecida a aquella en la que los escucharon en su infancia: "Eres bueno, eres malo, vales, no vales, eres capaz de hacer las cosas, no sabes hacerlas, puedes pensar por ti mismo, no puedes, etc." Y seguirán haciéndoles pensar bien de ellos mismos y a sentirse bien y les animarán a ser creativos, seguros, confiados, etc., o, por el contrario, les harán pensar mal de sí mismos y sentirse desgraciados y les harán actuar con inseguridad y timidez, con poca iniciativa y desconfianza... Y ello -repito- se lo enseñan los padres con lo que les dicen y con lo que hacen. Todo lo que dicen y hacen los padres deja huella en los hijos. Les ayuda a madurar y a sentirse ahora contentos y seguros de sí mismos y de la vida, y a valorarse y ser felices el día de mañana. O, al revés, a vivir amargados, despreciándose a sí mismos y sintiéndose, por ello, desgraciados. Y sufriendo, claro.

Digo "lo que dicen y hacen". Porque daño se le hace al niño cuando se le dice constantemente que es "un torpe que no sabe hacer nada bien"; pero igualmente se le hace daño cuando no se le deja hacer nada "porque lo va a hacer mal". En ambos casos el niño recibe el mismo mensaje: "No te arriesgues hacer nada por ti mismo, porque no sabes hacerlo y, si lo intentas, fracasarás." Y, cuando sea mayor y tenga que enfrentarse a una tarea nueva, escuchará ese mensaje en su interior y temblará y sudará y dará largas al asunto... y lo más probable es que ni lo intente. Y si lo intenta, lo hará con tal desconfianza e inseguridad que probablemente fracasará. Y el fracaso le confirmará en lo que le dijeron sus padres cuando era niño: que es un inútil y no es capaz de hacer nada bien.

Esto tiene que ver con eso de lo que hoy tanto se habla: la autoestima, que viene a ser el concepto que uno tiene de sí mismo, y que puede ser positivo, -y entonces hablamos de autoestima alta o buena-, o puede ser negativo, -y hablamos entonces de baja autoestima-. El que ha desarrollado una buena autoestima camina por la vida con paso seguro, sin mirar constantemente a un lado y a otro para ver cómo reaccionan o qué piensan los demás ante lo que hace o dice. Él se considera a sí mismo persona valiosa. Con limitaciones, pero valiosa y digna de ser querida. Y el que no, andará por la vida encogido, pendiente de lo que los demás piensan o dicen de él, incapaz de recibir -o exponerse a recibir- una crítica o sufrir un fracaso. Y ello le hace sufrir lo indecible. Decía Goethe: "Lo peor que puede ocurrirle al hombre es llegar a pensar mal de sí mismo." Y con esta pesada carga sobre sus hombros -que les hace sentirse desgraciados- andan muchos por la vida.

En un grupo de autoayuda, formado por personas adultas, en el que se estudiaba y trabajaba el tema de la autoestima, en una de las primeras sesiones alguien preguntó: -"¿Por qué algunos tenemos tan baja autoestima?" - "Porque nos lo han enseñado en nuestra infancia", respondí. Y así es. Nos lo han enseñado. Muchos. Pero, sobre todo, nuestros padres. Escribe Judith McKay: "Son sus padres quienes le hicieron (al hijo) verse a sí mismo como una persona competente o incompetente, estúpida o inteligente, efectiva o desamparada, indigna de cariño o estimable. Y son sus padres, precisamente aquellos a quienes quiso complacer. La necesidad de su aprobación es tan intensa que la motivación para conseguir la aceptación de los padres puede proseguir mucho después de fallecidos éstos."

Recuerdo a Alicia. Tenía unos 35 años, pero parecía tener muchos más. Andaba por la vida como encogida. Ante cualquier tarea nueva que se le proponía, era tal la ansiedad que experimentaba, que terminaba desistiendo antes de empezar. Le pedí que me hablara de cómo eran sus padres. Me dijo que eran muy buenos; pero su padre era demasiado exigente y le reprochaba constantemente lo que hacía mal. Recuerda que le decía: "o te espabilas o serás un fracaso en la vida." Y le ponía como ejemplo a su hermana, que hacía las cosas mucho mejor. Su madre, por otra parte, cuando la veía angustiada ante una dificultad, le resolvía el problema para evitar que el padre le regañara. Le dije: "Y tu padre acertó en su profecía, ¿verdad?" Respondió: "Sí, soy un fracaso..." "Pero toda la culpa no es tuya, -le dije-. Con la mejor buena voluntad tus padres te enseñaron a ser una fracasada. Tu padre, "metiéndote en la cabeza" que no hacías nada bien, cuando sencillamente tenías más dificultad que tu hermana para hacer las cosas; y tu madre, no dejándote hacer las cosas aunque no las hicieras perfectamente. Los dos, no mostrando confianza en ti, mataron tu futuro. Y, sin embargo, tú puedes no fracasar siempre. Habrá cosas que no te saldrán bien, o ¡no tan perfectamente como te exiges a ti misma!..., pero las puedes hacer.

Efectivamente, comenzó a trabajar su autoestima y autovaloración y poco a poco fue cobrando confianza en sí misma. Empezó asumiendo pequeños riesgos y, al cabo de unos meses, fue capaz de aceptar el trabajo que tanta ansiedad le producía, y que fue lo que la trajo a mi despacho. Y lo desempeñó bien. Al menos, "no peor que muchos otros", como decía ella.

Como Alicia me he encontrado -y me encuentro- a muchas personas en la vida. Y cuando las veo sufrir, pienso siempre en sus padres y siento pena de ellos, porque veo que se han equivocado y han hecho daño a sus hijos. Tenían muy buena voluntad, pero la buena voluntad no basta para educar; hay que añadir formación, interés, tiempo, "conocimiento" y aceptación incondicional de cada hijo, y muchos etcéteras más. Y porque muchos se contentaron con sola la buena voluntad, sus hijos, andan por la vida sufriendo porque se sienten inútiles y fracasados. Los padres se equivocaron, y los hijos sufren las consecuencias.


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