Jesús Aniorte

Al hilo de la vida y de mis reflexiones

Servir, cosa de fuertes

Andaban los discípulos discutiendo sobre quién sería el primero en el Reino del Maestro, que ya creían cercano. El les había hablado de que en Jerusalén le matarían, pero resucitaría. La noticia desata la ambición de los hijos del Zebedeo -Santiago y Juan-, que envían a su madre por delante para que recabe para ellos los primeros puestos en el Reino. Ello molesta a los otros diez, que, por lo visto, también se creían con sus buenos derechos adquiridos. El Maestro entonces los llama y les dice que no es por ahí, que eso es lo que ocurre en los reinos terrenos, donde los grandes se constituyen en tiranos. Pero en el suyo “quien aspire a ser más, que se haga servidor de los otros, y el que quiera ser el primero que se haga esclavo de los demás” (Mt 20, 27-28).

Hacerse servidor; ser esclavo. Así de simple. Para ser primero, ponerse el último; para mandar, servir; para estar arriba, ponerse abajo; para triunfar, perder. Son las paradojas del Maestro, ese poner las cosas del revés, para que estén del derecho. En fin, como ni pensaban los del Zebedeo, ni los otros diez, ni tú, ni yo... ¿O me equivoco?

Servir. ¡Uf, qué verbo! Suena bien, cuando lo aplicamos a los demás: ¡cómo nos gusta que nos sirvan! Pero aplicado a nosotros... Ante él, cómo hace ascos nuestro orgullo, nuestra suficiencia, nuestra comodidad, ¡nuestro desamor! Y nuestra “pequeñez”. Sí, también. Porque nuestra negativa a servir a los demás, nuestro miedo a estar por debajo, está gritando nuestra “pequeñez” y nuestra sin-importancia. Uno de los signos de madurez y estabilidad personal es la capacidad de servicio; los inseguros tienden a protegerse bajo el manto falso del mandar. Esto lo decía un amigo mío: Sólo los grandes sirven, sólo ellos se atreven con el rebajamiento, sólo ellos pueden con él. Los demás le tenemos miedo, porque somos pequeños: nos tenemos por poca cosa, y pensamos que, al servir a los demás, se nos va a “resfriar” nuestra enclenque personalidad. ¿A que mi amigo decía una verdad como la copa de un pino?

Y de servir, servicio: una actividad vitalmente humana. Necesaria. Suprimámosla y nos quedamos todos en cueros. Porque querámoslo o no, los unos dependemos de los otros. Sólo que algunos no queremos enterarnos. Que nos sirvan, sí; pero echar una mano nosotros... Pienso que es porque aun no hemos gustado el gozo del servicio.

Escribió L. Boros: [Después de la ascensión de Jesús] “la alegría de Dios marchó con los apóstoles por los caminos del mundo... Con ellos hemos encontrado lo fundamental de la alegría humana: entrar en la angustia del hermano; tomar su carga y ayudarle a soportar su miseria. El camino hacia la felicidad es el servicio y la ayuda silenciosa, el plantar alegría en el mundo.” Y del Dr. Schwitzer es esto: “Una cosa sé: los únicos que serán verdaderamente felices son aquellos que han buscado y hallado servir a los demás.” Y bien conocido es lo de Tagore:

“Soñé que la vida era alegría.
Me desperté
y vi que la vida era servicio.
Me puse a servir
y en el servicio encontré la alegría.”
Pruébalo. Ocasiones hay: ese amigo que te pide un favor; el compañero de trabajo que no te lo pide, pero adivinas que lo necesita; aquel otro a quien no conoces y que arrastra largo tiempo su problema; los tuyos, los de casa... Y no me digas que son pequeñeces, que hay que comprometerse en cosas de mayor envergadura. Porque te diré que la comodidad es buena buscadora de excusas. Claro, hay que comprometerse en cosas de mayor envergadura. Y mientras, hay muchos consuelos que quedan sin darse, muchas lágrimas que no se enjugan, muchos favores que no se hacen, muchos problemas que no se resuelven. Y esto, que lo pudo decir Pero-Grullo: el que no se da en cosas pequeñas, no lo hará en las grandes. Por más que hable de compromiso. Desengáñate, que yo ya lo estoy.

¿Y qué más? Copiarte esta breve página de esa enorme mujer y exquisita poetisa que fue Gabriela Mistral, titulada “Servir”. Lee:

“Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que apartó la piedra del camino,
el odio entre los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sabio y la de ser justo;
pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.

¡Que no te llamen los trabajos fáciles!
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan....!

Pero no caigas en el error de que sólo se hace méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que son buenos servicios:
adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar a una niña...

El servir no es sólo tarea de inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamársele así: “el que sirve.”
Y tiene los ojos fijos en nuestras manos
y nos pregunta cada día: “¿Serviste hoy?.”
Servir, virtud de los fuertes, de los maduros, de los grandes. Como el Maestro. Era el Primero y “...el Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate de todos” (Mt 20, 28).

Y como final, esto que no sé quién lo escribió: “Si no vives para servir, no sirves para vivir”. A ver si nos enteramos de una vez.
Artículos:
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  • Paso la palabra. Para meditar cada día
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