Por las noticias que escuchamos y leemos a diario, el “made in China”, esa inefable etiqueta que aparece en una pata de las gafas, en la talonera del calzado, en la etiqueta de los calzoncillos y en los pijamas que a uno le endilgan como de Giorgio Armani, está siendo cuestionada en los mercados por aquello de dar gato por liebre y poner en peligro al consumidor. Como escribiera un día la pluma del fascismo, Curzio Malaparte, la cosa está kaput.

La alarma surgió con la pasta de dientes, que, por lo que cuentan, tenía más de pintura de guerra que de dentífrico, a juzgar por algunos de sus componentes, y luego la otra pintura y, sobre todo, los juguetes, una de las especialidades chinas, porque pueden contener de todo, hasta rollos primavera convenientemente molidos y camuflados, puesto que los chinos, al ser tantos y trabajar a destajo, acaban inventándolo casi todo, como ya hicieron con la pólvora, el papel, la brújula, el flan chino el Mandarín y el kung-fú.

Los americanos se han visto obligados a retirar del mercado un buen montón de millones de juguetes. Y ya se sabe lo que son los americanos despidiendo personal por menos de un mixto, o las repercusiones de su economía en la nuestra, como estamos comprobando con las hipotecas. Ellos estornudan y nosotros nos resfriamos. Los chinos, en represalia, han suspendido la entrada de unas galletas americanas porque aseguran que llevan plomo, ¡toma ya!, y no sé cuantas cosas más que las hacen nocivas para desayunar como Dios manda. Está visto que habrá que volver a nuestras clásicas sopas de café en tazón con cuchara XXL y la leche de cabra ordeñada en la puerta de casa, y a dejarnos de delicatesen.

Confieso que soy un adicto a los despertadores made in China de los “todo a 100”, un caso único de lo que puede ser un auténtico desastre en cuanto los tocas y de lo divertido que resultan, basta sólo con una caricia. Si quiere tener uno de estos despertadores en casa con una mínima esperanza de vida, le recomiendo ponerlo en una hora y, bajo ningún concepto, o sea, por siempre jamás, cambiarla, pues, de lo contrario, se quedó sin despertador, como yo me quedé sin abuela. Todo empieza por el baile de agujas, el descuadre del cristal -ya puede renunciar a encajarlo-, mientras la pila se levantará de un lado y no habrá forma de hacer el doble contacto; completa el cuadro clínico la caída de las ruedas, que, uniéndose al desastre general, ya no habrá forma de colocarlas de nuevo.

Ahora se habla mucho de que el jamón español se venderá en China y los periodistas graciosos de turno, que los hay y muchos, sobre todo en verano, ya dicen que habrá que imaginarse a 1.300 millones de chinos comiendo jamón. Lo que parece ser es que van a empezar a comercializarlo, a ver si pega, que los chinos no están por el jamón. Esperemos que no pase como con los limones en algunos mercados, como en Polonia. Allí no quieren un limón con pintas o motas verdes, si no es amarillo amarillo dicen que “limón no bueno”. ¿Se imaginan a los chinos rechazando el jamón porque nos digan que tiene tiras blancas? Y es que no nos ponen las cosas fáciles. ¡Tan rico como está!

Con las olimpiadas, nos va a salir China hasta en la sopa (sopa china, claro) y el personal se largará a aquel paraíso laboral donde, visto lo que has de ver, te aburres más que un mono, porque ves una calle y las has visto todas, llevas recorridos cinco kilómetros de Gran Muralla China y ya te sobran los 6.394 restantes, o ves la “Ciudad Prohibida” de Pekín (Beijing) que ya no es tan prohibida pues te dejan pasearte por el Palacio de la Suprema Armonía, el puro centro de la ciudad; o los más de 7.000 guerreros de terracota del Mausoleo del Primer Emperador Qin, que ya te los venden en forma de chupa chups, el famoso producto español, cuya empresa fue una de las primeras en instalarse en China. A mi lo que me priva es pasear en bici por las calles de Pekín y meterte entre la multitud de bicis que van y vienen (se calculan alrededor de 10 millones de bicicletas circulando) aunque vas dando el cante, y te echan fotos como si fueras un bicho raro, un guiri, vamos.

Confesada mi debilidad por los despertadores made in China, debo reconocer que de China me molesta, al margen de algunos temas sociales y políticos que todos conocemos, esa persecución que llevan contra el Dalai Lama -ese tío tan simpático que pasa del prêt-á-porter, las rebajas de enero y las camisas Emidio Tucci- y no sólo eso sino que intimidan, como en el caso de España, a los países que organizan recibirlo como es debido y como lo que es, el máximo representante del budismo en el mundo, una religión, una forma de entender la vida, que le calculan hasta más de 1.600 millones de practicantes, que ni mucho menos está kaput, como lo está el made in China.

Ginés Rosa