La soledad de la Plaza de la Constitución acaba de sumar un nuevo adepto para la causa. La Policía Local, que, por lo que leemos, tiene previsto doblar su dotación, dejará la "casa de las Contribuciones" para marcharse al edificio de la plaza de abastos, donde los puestos han ido sucumbiendo ante la jubilación, la dispersión comercial y sobre todo ante las grandes superficies, que se han hecho los dueños de la cesta de la compra. Ya sólo quedan tres puestos (pescado, carne y ultramarinos) como testimonio de una época dorada de la plaza con capaza.

Cuando hablamos de la "nueva" plaza de abastos siempre nos acordamos de la vieja y del desastre de su derribo a los veintipocos años de existencia, en plena flor de su vida, robando a Totana y a los totaneros una estampa urbana que nos fue muy familiar y querida desde 1951, cuando vino al mundo. Si los Ayuntamientos son los encargados de poner las placas con pelos y señales cuando se hace algo de interés, la sociedad civil tendría que recordar a la ciudadanía, mediante algo parecido, con los pelos y señales que corresponda en qué época se produjo una demolición, un derribo de edificios, rincones, lugares de valor, y así tendríamos la memoria histórica en la doble dirección.

En Totana hay muchas cosas que recordar: el vergonzante derribo del conjunto de espacios y edificios de la Encomienda, quedando sólo el nombre; el del lavadero municipal y pilar en la Rambla, el derribo de la Plaza de Abastos en el lugar donde estuvo el llamado "mercado de la verdura", la cirugía aplicada a la Glorieta… O el caso de la fachada de la "casa de los Carlos", un asunto que habría que encargárselo a Perry Mason para ver si nos aclara no sólo el misterio, sino, también, la afrenta.

Ahora que hablamos de la Policía Local, parece que ésta no se enteró y ni movió un pámpano para impedirlo, ni el concejal ni la concejalía del ramo, que para más estupor, son vecinos del solar. En fin, cosas de Totana... No hay más que recordar la vergüenza y la afrenta cultural que estamos pasando por lo del nombre del hotel de La Santa, o la tristeza por la plaga de tiras verdes por carreteras y caminos de nuestros huertos o la desertificación humana de la Plaza de la Constitución, tución, que está acabando con toda clase de vida en el corazón de nuestra ciudad, que es a lo que veníamos hoy.

De la época de los "guindillas" o guardias municipales, cuando eran media docena más el jefe y un sereno que hacía doblete, los recordamos como un cuerpo que animaba la plaza, con su sede en el Ayuntamiento -con despacho y perrera para transgresores y tumultuarios-, siempre presente en la vida ciudadana, por aquellos tiempos reducida al centro de la población puesto que, a excepción de alguna sorpresa, en el pueblo no pasaba prácticamente nada, como sucedía en el resto de España. Hoy ya se habla de más de cincuenta policías para atender un pueblo en constante expansión. Ahora sería el momento de abrir el cuerpo a los inmigrantes arraigados y contar así con la posibilidad de una policía (o colaboradores) multirracial, políglota y ecuménica, lo que facilitaría enormemente nuestras relaciones con los nuevos ciudadanos de Totana. Aunque fuese en calidad de becarios, no nos vendrían mal algunos inmigrantes en nuestras fuerzas urbanas.

Nos parece bien que los "guardias" se instalen en unas dependencias más en consonancia con la complejidad y actividades ciudadanas de hoy, incluyendo, digo yo, el museo de la Policia Local del que tanto nos pavoneamos, ya que no contamos con una institución o museo de la Ciudad donde podamos ir colocando... Y ahora que digo colocando, ¿qué vamos a colocar si entre lo que regalamos, nos birlaron y el escaso entusiasmo -sobradamente demostrado- por la recuperación o adquisición de patrimonio, no tenemos nada que llevarnos a un museo? Claro que, con las fotos recuperadas por Mateo García, un suponer, podríamos hacer un museo fotográfico. Así veríamos la cantidad de cosas que hemos perdido los totaneros por la miopía, el astigmatismo, vista cansada y demás de nuestros gobernantes a lo largo de las últimas décadas.

Ginés Rosa