Domingo 2º de Pascua (A)

Paso la palabra. Para meditar cada día
Domingo 2º de Pascua (A)
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo."  A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto."( Juan 20, 19-31).

1.      El Evangelio nos presenta a los discípulos asustados, recluidos en casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y allí, en medio de su miedo y su desesperanza porque creen que todo ha terminado, Jesús se hace presente, se deja ver vivo, y entonces comprenden que la muerte no ha podido con Jesús y su mensaje. Jesús les saluda: “Paz a vosotros”. La presencia y el saludo de Jesús los sacan de su angustia y de su miedo, y la alegría y la esperanza renacen en sus corazones: El mal y la muerte no han acabado con Jesús. No hay, por tanto, por qué temer: tampoco con  ellos acabarán... ¿No hemos experimentado nosotros algo parecido, cuando el Señor se ha hecho presente en nuestras vidas, cuando nos hemos encontrado con él?  Sí, Señor, cuando tú has acontecido en mi vida, por desesperanzado y temeroso que haya estado, en mi corazón siempre han renacido la esperanza y el gozo de continuar por tu camino.

2.      Jesús repite el saludo: “Paz a vosotros.” Y exhala su aliento sobre ellos. Como el soplo del Dios Creador dio vida al Adán de barro, así el soplo de Jesús comunica nueva vida a los discípulos: les da su Espíritu y los hace hombres nuevos, esperanzados, liberados de miedos y cobardías, capaces de luchar contra el mal, para hacer avanzar el reino predicado e inaugurado por el Resucitado. Y, con la paz y la confianza recobradas, acogen el encargo de Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.” Y así los veremos con decisión y valentía anunciar y vivir el mensaje de Jesús y proclamar que Dios ha resucitado a Jesús y lo ha constituido Señor...  En cada eucaristía, Señor, tú te haces presente también entre nosotros y nos das tu paz y soplas tu aliento sobre nosotros. Que nos sintamos renovamos y salgamos decididos a dar testimonio de ti con la valentía de aquellos Once. 

3.      Cuando Jesús se apareció a los discípulos, Tomás no estaba. Y cuando le dijeron que habían visto al Señor, no les creyó y exigió ver y tocar: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." Y diríamos que Jesús, bondadosamente,  aceptó el reto de Tomás. A los ocho días se presentó de nuevo, y después de darles la Paz, dice directamente a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Y aquí la testarudez  y desconfianza del pobre Tomás se rompieron, y de su corazón brotó esa humilde y profunda confesión de fe que repetimos en muchos momentos: “¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dice: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Señor, aquí quiero estar: entre los dichosos que creen sin haber visto. Un día espero verte y tocarte, Señor; pero antes, quiero creer que vives y me amas y estás con conmigo, con la fe firme y generosa con la que, desde hace tantos siglos,  han creído tantos hombres y mujeres sin haber visto. 

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

27/04/2014


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